Perico y los horneros
Perico y los horneros
(…) El campo estaba solo y en silencio. Esta hora de la media mañana parecía vaciar de vida toda la inmensidad. Perico anduvo tratando de defenderse de este vacío que le apretaba y fue a dar a la quinta. Desde el alambrado caído una pareja de horneros llegó hasta la magnolia donde tenían el nido. Agitaban las alas y gritaban desesperados. No tardaron en reunírsele dos o tres parejas más que a corta distancia observaban la pareja angustiada. Perico se acercó al tronco del árbol y miró hacia el ramaje buscando entender la razón de aquella actitud de los pájaros. Pensó primero que alguna víbora estaría destruyendo la pichonada. Había oído decir que esto ocurría frecuentemente. Tenía ahora el nido frente a su vista y no veía en él ninguna cosa extraña. Parecía estar solo. Fue entonces que desde lo algo cayó un pichón y luego otro y otro. Apareció después un gorrión entre las paredes del nido que formaban la entrada. El intruso asomó su cuerpo y luego con tranquila jactancia se paró en el horno cuya posesión acababa de tomar. Parecía gozar con la angustia de los dueños del nido y al fin se introdujo en éste nuevamente. Perico trepó al árbol. Llegó hasta la horqueta que sostenía el nido, introdujo la mano, tomó el gorrión y fue apretando hasta que la sangre del pájaro empezó a fluir por el pico y le mojó con su caliente viscosidad el puño. Unos estertores eléctricos le llegaron al pulso junto con la tibia sangre espesa. Bajó del árbol y se sentó debajo de él. Estaba agitado y el corazón le golpeaba el pecho. Había estirado el brazo, apartando del cuerpo la mano mojada de sangre como si aquél le reprochara alguna cosa imprecisa. Se paró y volvió a sentarse. Tenía débil los muslos y un vacío doloroso en la pelvis.
Los horneros callaron. La pareja entró en el nido. Él se fue serenando poco a poco. Pero la mañana había perdido su paz. Tampoco estaba vacía ya. Tenía aquel suceso del que quedaban los pichones deshechos, el gorrión bárbaramente triturado y la mano débil, ahora manchada de sangre.
Juan José Morosoli
(Uruguay 1899 - 1957), "Muchachos"