Un niño muy raro
(Fragmento de la novela “Tierras de la memoria”)
Una noche, después de haber hecho los deberes, leí un libro en que un bandolero iba por un camino de abedules. Yo no sabía qué eran abedules pero suponía que fueran plantas. Había dejado de leer porque tenía mucho sueño, pero iba para la cama con la palabra “abedules” en los labios. Después de acostado pensaba en cómo habrían hecho para ponerles nombres a las cosas. No sabía si les habrían buscado nombres para después acordarse de ellas cuando no estuvieran presentes, o si les habrían tenido que adivinar los nombres que ellas tendrían antes de que las conocieran. También pudiera haber sido que las gentes de antes ya tuvieran nombres pensados y después los repartieran entre las cosas. Si fuera así yo le hubiera puesto el nombre de abedules a las caricias que hicieran a un brazo blanco: “abe” sería la parte abultada del brazo y los “dules” serían los dedos que lo acariciaban. Entonces prendí la luz, saqué de la cartera el cuaderno y el lápiz y escribí: “Yo quiero hacerle abedules a mi maestra”. Después saqué la goma, borré y apagué la luz. Al otro día arrugaba las cejas sobre algo que yo había escrito; y era porque la frase que yo había compuesto la noche anterior no estaba bien borrada; entonces ella leía al mismo tiempo que preguntaba: “¿Yo quiero hacerle qué a mi maestra?” Luchó un rato para sacarme la palabra “abedules”; pero cuando quiso saber por qué la había puesto me empaqué y ella tuvo que desistir. Entonces dijo: “Qué niño más raro éste!”.
Felisberto Hernández